El aceite de oliva es un regalo de la naturaleza del que viene disfrutando el hombre desde tiempo inmemorial, para conocerlo y entenderlo primero tendremos que estudiar su entorno, el clima y el suelo, su historia y los países y las culturas que lo han rodeado desde su origen. Vamos a dar marcha atrás y vamos a introducir en el pasado.
El lugar de origen del olivo es el Mediterráneo con su clima tan especial: un ciclo frío y húmedo que se desarrolla en el otoño y el invierno y otro cálido, soleado y seco que dura la primavera, el verano y parte del otoño Esta climatología marca la vida, la agricultura, la cultura y la dieta de las gentes que habitan en sus orillas.
Es el olivo el emblema de las tierras que rodean el Mare Nostrum y su producto más destacados, hay datos fehacientes que certifican su existencia hace mas tres milenios en Mesopotamia al pie del río Éufrates donde se desarrollan las ciudades estado, ciudades fortificadas que alcanzan gran esplendor como Ebla o Tell Afis. Y son en estas ciudades que tienen una estructura política muy desarrollada donde aparecen por primera vez textos dedicados a la agricultura y a la alimentación. En más de 30.000 tabletas nos relatan sus cultivos de cereales, de cerveza, lentejas, ajos… y como no, la importancia del aceite de oliva en su vida comercial, cifran en más de 4.000 tinajas las existencias de la ciudad, además de usos alimentarios el aceite era combustible para la alimentación y moneda de trueque en sus transacciones comerciales. En algunas de las tablillas se destaca la existencia de inspectores que vigilaban la pureza y la calidad del aceite de oliva castigando los fraudes.
Otro punto a destacar en la historia del aceite y de los olivos es la Isla de Creta con sus bellos paisajes cuajados de arboles. Con el rey Minos al frente se desarrolla la civilización (micénica) muy avanzada, famosa en todo el Mediterráneo, Homero nos habla de ella como un paraíso con más noventa ciudades, la principal es Cnosos en la que vive el Rey. Creta es un paraíso natural lleno de olivos silvestres (oleastrum) injertados que se han conservado hasta nuestros días y con el que obtienen un aceite, oro liquido que venden al resto de los habitantes del mundo conocido, siendo la fuente principal de riqueza y prosperidad.
Son los fenicios, grandes mercaderes, los creadores de un alfabeto de 28 signos que agiliza y revoluciona la escritura y las consiguientes tablillas que se utilizaban como soporte y es este gran avance intelectual el que hace de los fenicios una sociedad muy avanzada, digna de encomio y con una estructura comercial y política única en su época, eran comerciantes y no guerreros y entre sus muchos logros esta la difusión del consumo y la producción del aceite de oliva, siento los artífices de la plantación de olivos por todo el Mediterráneo ya que con su producción no tenían suficiente para cubrir todas sus exportaciones muy importantes e interesantes para comerciantes tan avezados, ya que con una vasija de oro liquido ganaban cinco veces más que con una de vino. A ellos debemos los olivares de las Baleares o de Andalucía.
En Grecia el olivo trasciende lo meramente agrícola y comercial al plano divino ya que fue un regalo de la Diosa Palas Atenea a la ciudad que lleva su nombre convirtiéndole en un símbolo de civilización, orden y urbanismo. Además una rama de olivo es el premio que reciben los atletas ganadores en los Juegos Olímpicos, por lo que una cosa tan sencilla se trasforma en el mayor de los honores.
Pero son los Romanos pueblo muy práctico quienes aglutinan todos los conocimientos adquiridos por sus antepasados mediterráneos uniéndolos y transformándolos en las bases del primer imperio hegemónico de la historia, con ellos se consigue la mayor unidad política y cultural que ha existido en el Mediterráneo y así fue como le denominaron: Nuestro Mar.
Los romanos llegaban a un territorio, lo conquistaban e inmediatamente llegaban arquitectos y constructores que creaban calzadas, ciudades, puentes, teatros, acueductos…, creando colonias a la imagen y semejanza de roma. El efecto de estos cambios era la “romanización”, la implantación de su cultura y de su comercio en los territorios conquistados.
Son los romanos los primeros en realizar una clasificación del aceite de oliva, dependiendo de la etapa de su elaboración y destacando el uso al que eran destinados. Así nos encontramos con que el aceite de primera prensada, el de mejor calidad se destinaba al uso religioso, el siguiente a la cosmética y la medicina; la siguiente prensada al consumo, a la cocina y el procedente de las aceitunas defectuosas y de mala calidad se utilizaba como combustible.
Y es a los romanos a quien debemos nuestros magníficos olivares, repoblaron la Bética (Andalucía) y Tarraconensis (el valle del Ebro) que cuentan con un clima perfecto para su cultivo y pronto se convirtieron en las principales proveedoras de Roma y la prueba de ello son las miles de ánforas procedentes de estas tierras que se han encontrado en el Monte Testaccio.
La prueba de este cultivo y de este comercio tan prospero nos la deja el gaditano Columela en sus tratados de agricultura (12 libros) donde se mencionan los olivares béticos y la mejor forma de cuidarlos.
Con la caída del Imperio Romano el tiempo se detiene o mejor retrocede y esta prosperidad que nos regalaba el aceite de oliva desaparece. Tendremos que esperar muchos siglos para poder volver a ver un rayo de sol.
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